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“Si escuchas, crees y votas por personas sin principios, en fin qué tipo de país puedes esperar tener?”
Nuestra Propuesta:
- Implementar medidas para que nuestro país vuelva a comprometerse con la noción crucial del principio
- Denunciar y penalizar a políticos y comentaristas sin principios
- Tomar medidas contra la “manipulación de las emociones” en la política y las noticias
El Objetivo:
- Hagamos que nuestra política sea sobre ideas y soluciones, en lugar de reelección y partidismo
- Pongamos freno a los comentaristas políticos sin escrúpulos
- Restauremos la confianza en nuestro periodismo
Explicación:
Primera Parte: Los principios son la base de la democracia, la sociedad civil, y la prosperidad.
El principio de “igualdad ante la ley” no sólo es un fundamento de nuestra democracia, sino que es clave para separar la civilización del tribalismo insensato y el salvajismo. Significa que las transgresiones son el foco de atención de la aplicación de la ley y del poder judicial, no los atributos de los individuos que las cometieron. Sin la adhesión a este principio tan importante, las leyes pueden ser (y han sido) utilizadas como armas y aplicadas de manera arbitraria contra las personas en función de sus características individuales y/o del grupo al que pertenecen.
Por ejemplo, en la época de las leyes de Jim Crow, si un hombre blanco asaltara sexualmente a una mujer negra, no se lo hacía caso, se lo trataba de una manera ligera, como “muchachos traviesos divirtiéndose”. Por el otro lado, si un hombre negro atacara a una mujer blanca (o incluso la mirara de una manera que se consideraba inapropiada), se justificaba un linchamiento u otra brutalidad inimaginable. La igualdad ante la ley en este ejemplo significa que uno no se centra en la raza de los individuos involucrados, sino más bien solo en el presunto acto criminal; la agresión es agresión, el color de la piel del transgresor y la víctima nunca deberían ser un factor a la hora de impartir justicia.
No hace falta decir que en muchos países no existe el concepto de igualdad ante la ley. En esos lugares, las leyes se apropia para beneficiar a unos pocos poderosos y, por lo tanto, la probabilidad de que la policía te ataque, te encarcele, torture e incluso te mate depende únicamente de si eres o no miembro del partido gobernante o de un grupo étnico. Es mucho más probable que esos países estén plagados de una corrupción brutal y que existan en un estado perpetuo de atraso miserable. Por el contrario, los países que reconocen y se esfuerzan por respetar el principio de igualdad ante la ley tienen muchas más probabilidades de figurar entre los más ricos del mundo. Estos hechos nos recuerdan que la adhesión a este principio y la prosperidad están estrechamente vinculadas.
Este principio se aplica de maneras análogas y mucho más amplias que sólo con respecto a la ley. Por ejemplo, la forma en que se presentan las noticias, por supuesto, no debería cambiar dependiendo de las características de las personas involucradas, como el color de la piel, la religión, el género o la afiliación política. De manera similar, los artículos de opinión y los comentarios no deben variar drásticamente, por ejemplo, si se cambian los nombres de
las personas o partidos políticos sobre los cuales se comentan. Al igual que en el caso de la ley, es el acto, la legislación o la idea en cuestión lo que debe determinar el contenido del comentario, no las características de la persona o el partido político en cuestión.
Esto también se aplica a la política: los políticos, por ejemplo, no deberían favorecer ni oponerse a una legislación dependiendo del individuo o partido político que la proponga, sino que deberían hacerlo basándose en convicciones profundas, en lo que es verdaderamente lo mejor para los intereses de (todos) sus electores, etcétera.
Segunda Parte: Principios vs. manipulación de emociones
El Solutions Party considera que la noción de principio descrita aquí ha sido abandonada por demasiadas personas en nuestro país, en particular políticos y comentaristas políticos influyentes, en serio detrimento de nuestra democracia y prosperidad. Ni la democracia ni la civilización misma pueden existir si una sociedad se convierte en bandos de tribus rivales que se enfrentan según la ley de la selva, donde se ignoran los principios y las leyes (así como las normas de conducta) se aplican de manera diferente según de quién estemos hablando y/o de los partidos políticos de los involucrados. Nuestra capacidad para lograr una mayor prosperidad y responder a nuevos desafíos se debilita enormemente cuando el partidismo irreflexivo y sin principios domina y encadena nuestra capacidad de progresar.
Debemos esperar que nuestros funcionarios electos sean modelos de honestidad, integridad y conducta basada en principios. Esta conducta debe basarse en la conciencia de la sagrada responsabilidad que conlleva el poder de un cargo público. En cambio, diariamente vemos políticos que dicen cualquier cosa y que sólo se preocupan por su propia fortuna política y sus intereses partidistas; políticos que se quedan callados cuando deberían expresar con claridad una opinión, o que se niegan a hacer lo que saben que es correcto, porque temen sobre todo que sus perspectivas de reelección se vean afectadas negativamente.
Como ejemplo sencillo de cómo el partidismo triunfa sobre el principio, imaginemos un universo alternativo en el que los partidos políticos de los presidentes en los últimos tres juicios de destitución se hubieran invertido, sin cambiar nada más. ¿Quién duda de que la gran mayoría de los políticos implicados en esos procedimientos de destitución habrían invertido sus votos? Las mismas presuntas fechorías, la única diferencia entre un voto de “culpable” y uno de “no culpable” es el partido político del acusado. (El ex presidente republicano de la Cámara de Representantes, John Boehner, reconoció que el juicio político a Clinton tuvo motivaciones políticas). La aplicación de diferentes normas, según los partidos políticos, no pone a estos políticos en buena compañía histórica.
Como otro ejemplo, tomemos la amarga lucha partidaria por el Obamacare e imaginemos de nuevo un universo alternativo en el que se lo conociera como Bushcare o Trumpcare (no es una idea tan descabellada: el Obamacare adoptó muchas de las ideas propuestas por el senador republicano John Chafee a principios de los años 1990). ¿No se habría desarrollado la misma batalla política casi exactamente de la misma manera que con el Obamacare, sólo que con los papeles de los demócratas y los republicanos invertidos?
Pero quizás las violaciones más flagrantes de la idea de principio descrita aquí las demuestran los influyentes comentaristas políticos de los canales de cable, la radio hablada y otros medios de comunicación. Estos comentaristas no ofrecen opiniones basadas en principios y perspicaces, sino que son simplemente mercachifles de entretenimiento político, propaganda partidista y, sobre todo, manipulación de las emociones. Cuando escuche una de sus diatribas que provocan ira (o, por el contrario, sus elogios efusivos) sobre alguien o algo, pregúntese
lo siguiente: ¿cambiaría por completo su opinión si simplemente cambiara los nombres de las personas o el partido político de los cuales hablan? (Si la respuesta es afirmativa, debería ignorarlos en consecuencia).
El hecho es que la manipulación de las emociones es un método clásico y comprobado para ganar elecciones, y es un gran negocio cuando se disfraza de comentario político. La manipulación emocional descrita aquí generalmente tiene el objectivo de hacer que las personas se vuelvan adictas y vuelvan continuamente a recibir dosis regulares de ira basadas en la demonización (representaciones cuidadosamente elaboradas de) personas que tienen opiniones políticas diferentes, pertenecen al otro partido político o son "diferentes" de alguna manera. El objectivo es avivar la ira, el resentimiento y la animosidad, cuidadosamente presentados como “nosotros contra ellos”, “el bien contra el mal”, “lo correcto contra lo incorrecto”; estimular estas emociones para que literalmente activen el sistema de suministro de dopamina del cerebro y hagan que el espectador sienta un subidón de ira adictiva. Desde este punto de vista, estos políticos y comentaristas "sin principios" son como narcotraficantes y, de hecho, son aún peores: alimentar el fuego del tribalismo y la división amarga debilita enormemente a nuestro país y amenaza nuestra democracia, para deleite de los enemigos de ambos. Los déspotas del mundo pueden señalar a Estados Unidos y decir que somos la prueba de que la democracia no funciona.
Seamos claros: crear divisiones entre las personas, enfrentar a un grupo contra otro y fomentar la ira tribal en Estados Unidos (“guerras culturales”) en realidad, se trata de poder y dinero, al diablo con la democracia. Es evidente que el abandono de los principios en favor de la manipulación emocional en nuestro país se debe sobre todo a 1) políticos obsesionados con las reelecciones, y 2) organizaciones noticiosas que ponen las ganancias por encima de los principios y la salud de nuestra democracia.
Para restablecer la fe en nuestra política y en las organizaciones de noticias y, a su vez, proteger y fortalecer nuestra democracia, es necesario a) poner freno a la nefasta alianza de políticos adictos al poder y comentaristas políticos codiciosos e inescrupulosos, y b) establecer expectativas más altas de comportamiento basado en principios. Para ello, proponemos brevemente lo siguiente:
Para los políticos:
- Eliminemos la reelección: una vez que la reelección no sea una opción, los políticos deberían tener muchos más incentivos para adherirse a los principios y, a su vez, evitar la manipulación insensata de las emociones al estilo “decir cualquier cosa”, mientras se esfuerzan por aprovechar al máximo su única oportunidad de definir su legado.
- Pongamos fin a la noción convencional de partidos políticos: Dar a los partidos políticos oficialmente reconocidos una vida limitada (por ejemplo, 12 años), después de la cual deben disolverse para que puedan formarse nuevos partidos, con nuevos líderes. La intención es básicamente doble: a) eliminar (o al menos reducir la posibilidad de) un partidismo contraproducente y sin principios; y b) que los nuevos partidos políticos sean vehículos de ideas y soluciones nuevas, lo más ajenos posible de emociones partidistas tribales.
- Apliquemos leyes de publicidad falsa para que haya posibles (y significativas) consecuencias financieras para los candidatos mentirosos. Hagamos que los anuncios de ataque ridículos y las exageraciones absurdas sean cosa del pasado. Que nuestras elecciones sean sobre ideas y visión, no sobre representaciones distorsionadas de sus posiciones y oponentes políticos.
- Demos a los candidatos y políticos una “clasificación de confiabilidad." De la misma manera que se califica a los estudiantes, los candidatos y los electos deben ser calificados según la consistencia con la que se adhieren a la verdad, los hechos y los principios. Si la calificación cae por debajo de un determinado nivel, se podría emitir una advertencia, y dar un plazo para rectificar su calificación. Si no mejoran, podrían ser descalificados (en el caso de candidatos) o hasta ser destituidos (en el caso de electos).
Para comentaristas políticos:
- Establezca organizaciones neutrales para certificar periodistas, comentaristas y organizaciones de noticias, de la misma manera que los médicos, los abogados, y técnicos están certificados.
- Las organizaciones certificadoras también emitirán calificaciones de calidad, basadas en la adhesión a reportajes y comentarios justos y equilibrados, basados en hechos. También se podría usar una gama de programas de Inteligencia Artificial para complementar las organizaciones certificadoras, con el fin de tener un aspecto automático al proceso de certificar.
- La falta de adhesión a los principios en los comentarios y reportajes políticos daría lugar a una degradación de la calificación y, en casos atroces, a la descertificación.
Además de estas medidas, la noción de principio y la amenaza de políticos y comentaristas políticos que manipulan las emociones deberían reforzarse ampliamente, de la misma manera que se hacen los peligros del abuso del tabaco, el alcohol y las drogas.
Es fácil ver por qué la manipulación de las emociones, en lugar de los principios, ha llegado a dominar la política en nuestro país: la gente, lastimosamente, tiende a responder más a las tonterías que provocan ira que a los discursos sobre ideas basados en principios.Pero el abandono de los principios (y el consiguiente aumento de la manipulación desenfrenada de las emociones) en nuestro país es una de las principales razones por las que nos encuentramos en un estado de disfunción cada vez peor y de tribalismo amargo. Las propuestas preliminares que se ofrecen aquí tienen por objectivo ayudar a revertir estos males y marcar el comienzo de una nueva era de mayor prosperidad, restaurando la fe en nuestras instituciones políticas, en las organizaciones de noticias y, en última instancia, en nuestra democracia. Esto, a su vez, sentará un ejemplo para que otros países lo emulen. Nuestro ejemplo será crucial para fortalecer los gobiernos representativos, mientras debilitemos el autoritarismo en todo el mundo a la vez.
En publicaciones posteriores se ampliarán estas propuestas.